La historia que cuanta El Gran Hotel Budapest no solo es surreal, sino que su estética se entreteje con la misma para darle ese toque excéntrico y tan característico de Wes Anderson.
Empecemos por nombrar que la estética general de la película está influenciada por el aire de la Europa centro-oriental que tanto le gusta al director. La historia se desarolla en la imaginaria República de Żubrówka (nombre proveniente de una popular bebida alcohólica polaca),se mueve entre mezcla cultural, evidenciándose no solo en el vestuario y escenarios, sino en el sonido que combina balalaikas rusas, címbalos húngaros, cítaras, órganos, campanas..., una buena muestra pero indefinida, del repertorio de instrumentos y voces europeas compuesta por el reconocido Alexandre Desplat. Una musicalización perfecta y con una personalidad indiscutible para el estilo pintoresco del director, que le hizo ganar el Oscar a la mejor banda sonora.
Un recurso estético muy utilizado en la película es el enmarcado de los personajes en ventanas o agujeros.
Por otro lado, la nebulosa cromática que propone Anderson sumerge al espectador en un ámbito retro y casi nostálgico inconfundible. No estamos acostumbrados a ese uso del color en este presente tan minimalista. Así, las paletas de color que crea para cada una de sus obras son parte integral de la construcción de este mundo y por supuesto de su narrativa.
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