miércoles, 7 de noviembre de 2018

BILL VIOLA: RETROSPECTIVA

En 2017, en el museo Guggenheim de Bilbao, se pudo disfrutar de una exposición del reconocido artista Bill Viola. Se trató de un repaso a sus obras desde un criterio tanto cronológico como temático, partiendo de sus primeras cintas monocanal dedicadas a asuntos existenciales y finalizando con sus recientes instalaciones multicanal sobre el ciclo de la vida. Además de contemplar las obras, también hubo diversas actividades tales como proyecciones, talleres o conferencias. Todo un privilegio para los que pudieron asistir.



Corrían los setenta cuando Viola comenzó a experimentar en el ámbito del videoarte, campo en el que fue pionero junto a su amigo Nam June Paik. Ya desde entonces, se interesó por las posibles conexiones entre los medios audiovisuales y los asuntos espirituales: la muerte, la condición humana, los inevitables cambios infringidos por el tiempo, los renacimientos y transfiguraciones humanos y religiosos.

Acceptance- Bill Viola
De su producción primera, el Guggenheim recoge Cuatro canciones (1976) o El estanque reflejante (1977–1979), muy poéticas y centradas en el significado de nuestra existencia y nuestro lugar en el mundo.

En los ochenta, optó por dedicarse a reunir imágenes que se emplearían en piezas concebidas para ser transmitidas por televisión. Utilizó la cámara y objetivos especiales para capturar el paisaje y para grabar imágenes de aquello que habitualmente escapa a nuestra percepción.
Aquellos trabajos podemos considerarlos su punto de partida hacia las instalaciones que llevó a cabo en los noventa, que ocupan salas enteras y sumergen al público en un universo conmovedor de imagen y el sonido. Progresivamente fue incorporando, además, elementos físicos a sus trabajos, y haciendo más evidentes los temas espirituales de su interés en objetos escultóricos como Cielo y Tierra (1992) y en grandes instalaciones, como Una historia que gira lentamente, del mismo año.


La irrupción de las pantallas planas de gran definición, ya en la década del 2000, llevó a Viola volcarse en la producción de piezas de pequeño y mediano formato en una serie que tituló Las Pasiones: se trataba de un estudio en torno a las emociones a cámara lenta. En ella se enmarcan Rendición, La habitación de Catalina y Cuatro manos, todas datadas en 2001 y vinculadas, las dos últimas, a cuestiones generacionales. 


A estos trabajos íntimos les siguieron instalaciones monumentales, como Avanzando cada día (2002), en la que cinco grandes proyecciones murales que comparten espacio invitan a quien observa a investigar en su propia vida, en el lado inédito de su existencia. 



Durante la última década, sirviéndose de diversos medios y formatos, Viola ha seguido buscando mostrar lo que entiende por fundamental en la experiencia de la vida. Ese y no otro es el fin de su empleo del agua en obras como Los inocentes (2007), Tres mujeres(2008) y Los soñadores (2013) y de su viaje por el ciclo de la vida que se inicia en la exposición del Guggenheim con Cielo y Tierra (1992) y concluye con un renacimiento en la obra Nacimiento invertido (2014).


Para introducirnos a fondo en estas obras conviene partir del conocimiento de una idea: Viola concede al tiempo un valor semejante al de la luz en la pintura y la fotografía, en tanto que duración de la acción, y el sonido lo aborda como un material físico, elástico y modulable.


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